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¿Sabemos realmente lo que comemos?

Sabemos realmente lo que comemos?

Una alimentación saludable empieza por la cesta de la compra, pero hoy en día no es nada fácil elegir los mejores alimentos en el supermercado. La oferta se ha multiplicado tanto que no siempre sabemos realmente lo que estamos comiendo. No te dejes confundir por las apariencias: aprende a distinguir las etiquetas trampa para hacer una compra sana que te ayude a cumplir tus objetivos.

Etiquetas confusas: ¿qué quieren decir realmente?

Todos los productos de alimentación a la venta deben cumplir unas normas de trazabilidad y etiquetado. Así se controla el origen y se certifica que han superado todos los controles seguridad, pero que un producto sea seguro no quiere decir que sea saludable. Los datos clave están en la información nutricional y el listado de ingredientes.

Las empresas quieren llamar la atención con productos novedosos y alegaciones supuestamente saludables que no siempre son lo que prometen. No nos engañan directamente, pero sí saben cómo utilizar las técnicas de marketing y publicidad para confundirnos. Por eso es muy importante leer detenidamente el etiquetado para que no nos den gato por liebre.
Estos son algunos de los reclamos y sellos más habituales que suelen crear confusión:

• Natural, casero, artesano o tradicional. Son términos que no aportan ninguna información real, porque no hay una definición exacta. Algo puede anunciarse como “natural” y llevar azúcares añadidos, grasas de mala calidad o saborizantes. La única comida casera de verdad es la que hacemos en nuestra cocina.
• Ecológico, eco, bio y orgánico. Son todos los términos aceptados para designar a productos certificados por la Unión Europea de producción ecológica. Solo significa que cumplen con la normativa ecológica, pero algunos son saludables y otros no.
• Vegetariano y vegano. Lo vegetal está de moda y muchas empresas aprovechan la tendencia para publicitar productos como aptos para vegetarianos, incluyendo ultraprocesados de mala calidad. Que sea vegano no quiere decir que sea sano, también hay ingredientes de origen vegetal que no son nada recomendables, como los aceites vegetales hidrogenados.
• Light y ligero. Un producto light contiene un 30% menos de calorías que otro equivalente, y eso no lo hace más sano. Por ejemplo, la versión light de unas galletas o patatas fritas siguen siendo muy calóricas y poco nutritivas.
• Bajo en grasas o desnatado. A menudo los productos a los que se han reducido las grasas se compensan con un incremento de los azúcares o almidones para mejorar la textura, empobreciendo su calidad nutricional.
• Sin gluten y sin lactosa. Ya sabemos que un alimento no es más sano por no tener gluten o lactosa. Son solo alternativas para quienes que no pueden consumirlos por alergias, intolerancias o una sensibilidad específica.
• Rico en fibra, minerales o vitaminas. Son alegaciones saludables que nos pueden distraer del contenido nutricional real. Por ejemplo, unos cereales enriquecidos con vitaminas en realidad son ultraprocesados calóricos, con grasas de mala calidad y demasiados azúcares.
• Fuente de energía. Es un mensaje que suele esconder que contiene muchas calorías, habitualmente de mala calidad, con azúcares añadidos y muchas grasas.
• Nombres ocultos del azúcar. Muchos procesados camuflan los azúcares con otros nombres: jarabe o sirope de maíz, dextrosa, sirope de ágave, sirope de arce, maltosa, sacarosa, fructosa, melaza, maltrodextrina o almíbar son los más comunes.

Ante la duda, confía en un profesional

Es importante aprender a distinguir las etiquetas trampa porque algunas confusiones pueden arruinar nuestra dieta sin que nos demos cuenta. Aprende a planificar una compra saludable con la ayuda de un profesional y confía en la experiencia que te ofrecemos en la Consulta de nutrición Lur Garmendia. Nuestro equipo de expertos te asesorará para resolver todas tus dudas sobre alimentación y nutrición, siempre en función de tus objetivos y de forma personalizada.